martes, 11 de marzo de 2008

Hace cuatro años, el 11 de marzo del 2004, yo viajaba hacia España. Al llegar a Madrid encontré un ambiente de mucho dolor: atentados en los trenes que cobraron la vida de 190 personas. Poco después, fui a la estación de Atocha para orar. Allí, en medio de una escena desoladora, muchos dejaban mensajes de solidaridad, un joven lloraba a gritos, se colocaba flores… y deposité una grulla de origami (símbolo de la paz). Entre los mensajes, alguien había escrito el párrafo que inicia el salmo publicado más abajo.

1 comentario:

José Ignacio Lacucebe dijo...

El mismo día que tu viaje a Madrid por trabajo, me dirigía a una sociedad mercantil del grupo empresarial en el que trabajaba.
El avión de Barcelona a Madrid salió con retraso por circunstancias técnicas y en el embarque alguna persona parecía recibir alguna noticia extraña que no entendió ni pudo transmitir a los cotillas que escuchábamos.
En el avión desconexión.
Justo al bajar en Madrid ya sabes, los móviles en marcha, llamo a la oficina de Madrid, me dan la noticia.
Dos compañeras estaban en Atocha, por suerte no han sufrido más que un terrible susto y un fuerte temblor de tímpanos.
Horrible, pero los efectos coletarales eran también terribles.
Llegue a la oficina, los compañeros reunidos entre las mesas lanzaban terribles comentarios y ajusticiaban a los asesinos sin estar presentes.
Gracias a Dios con sus pensamientos solo podían invadir el éter, si llegan a cumplirse te aseguro que producen más de un millón de víctimas en un solo momento.
A la tarde la ciudad estaba vacía, ambulancias dispersas recogían sangre de donantes improvisados eso si que me recordó la solidaridad que debe existir. Aun en el llanto, que seguro es el momento más duro, la solidaridad es esperanza.
Hasta pronto.