Luego de pasar nueve días en Italia, llegué a Nueva York. Han sido unas jornadas intensas, de mucha carga. Intentaré hacer un recuento de lo vivido. Del aeropuerto de Roma fui directo al tren para Asís, de Francisco y Clara. Van 19 veces que visito Asís, desde la primera vez en 1995. Desde la ventanilla del tren, tan pronto vi a Asís en la colina, mi corazón se estremeció: era la sensasión de volver a algo muy importante. Fueron días de silencio para reencontrar la pobreza de Francisco. Noté cambios en la ciudad y cambios en mí. ¡Cada visita a Asís es sorpresa! Sentía que las piedras de Asís eran traviesas: ¡hablaban! A veces más fuerte que nosotros. Me contaban de pequeñeces que tejen grandezas. El último día en Asís fui al musical “Una notte di Natale”, de Carlo Tedeschi. Mis ojos se lubricaron desde el inicio. Salí caminando diferente. Mientras el tren se alejaba de Santa María de Los Ángeles, mis ojos buscaron la colina de Asís y sonreí, pensando en cuándo sería la próxima. Luego viajé a Nápoles. Me acogieron en Ercolano, en el mismo monte Vesuvio, con una vista impresionante de la ciudad. Entre las actividades: tres encuentros con niños, uno con adolescentes, uno con jóvenes, uno con seminaristas y cuatro encuentros abiertos... ¡con Jesús! En Nápoles volví a ver viejos amigos que me trajeron nostalgia. Me llenaron de bendiciones. El volcán no hizo erupción, ¡pero muchos corazones sí! En casa, cansado pero feliz. Tendré que leer los diez libros que me traje de Italia. Disfrutaré de mi familia... y de un tiempo sin pizza. :D