Caso
1: Se cuenta que, durante la Segunda Guerra
Mundial, dos francotiradores decidieron esconderse en un lugar por
donde se suponía que a las 4:30 pasaría Hitler. Media hora antes,
los dos ya estaban apostados con sus armas dispuestas a abrir fuego
contra el dictador. El Führer
no pasó a las 4:30. Los dos siguieron esperando. A las 4:45 aún no
aparecía el esperado, y aquellos dos empezaron a preocuparse por la
demora. A eso de las 5:00, uno le dijo al otro: “Oremos, no vaya a
ser que a Hitler le haya sucedido algo malo”. Parece un chiste…
¿no?
Caso
2: Hacia una isla del Caribe se dirigía
amenazante un ciclón. Se hicieron “cadenas de oración” (hasta
por internet) pidiendo a Dios que desviara la trayectoria del ciclón.
El huracán cambió su ruta y entró en otra isla causando en ella
grandes estragos. Muchos cristianos de la primera isla dieron gracias
a Dios (hasta por internet) por haber desviado el ciclón hacia la
otra isla.
Caso
3: En una asamblea de oración oí al director de alabanza declarar:
“¡El poder del amor de Dios está aquí!
Todos los que vinieron con problemas van a salir de esta reunión con
sus problemas resueltos”. Yo me preguntaba: Si alguien volvía a su
casa con sus mismos problemas, ¿sería porque Dios le amaba menos que a
los demás?
Caso
4: Gritaba un conferencista en un retiro
espiritual: “Levanta tus brazos al Señor y arrebátale con fe un
milagro. Si lo pides con fe, te lo concederá”. Me inquietaba: Si
la señora que estaba delante de mí clamando al Señor no veía su
“milagro” realizarse, ¿se frustraría por su “falta de fe”?
Caso
5: Mientras se realizaba un teletón
pro-recaudación de fondos para una iglesia, vi por la pantalla el
pregón del “televangelista”: “Dios te ha prometido el ciento
por uno de lo que ofrendas... Si das 100 dólares, Dios te
devolverá 10,000 dólares”. ¿Es Dios que nos quiere manipular, o
se quiere manipular en su nombre?
Caso
6: Asistí a un “curso sobre la oración”.
El predicador enseñaba: “Cuando vayamos a orar no empecemos con
peticiones a Dios, sino con alabanzas y acción de gracias; así el
corazón de Dios se ablanda más para acoger luego nuestras
peticiones”. ¿Un dios minúsculo creado a nuestra imagen y
semejanza, manufacturado por nosotros y controlable por una oración
mangoneadora? ¡Pobre dios manipulado! ¿O somos nosotros los
“manipulados” por tantos esquemas?
Aclaro
que me gusta orar. Adoro, bendigo,
intercedo y pido a Dios, en el nombre de Jesús. Creo en la fuerza
real de la oración. No puedo vivir sin ese contacto con Dios que es mi respiración. Es por esto que escribí los siguientes versos,
a manera de resumen:
A Dios
Dios:
No oro para darte más gloria:
No oro para darte más gloria:
¿cómo sumarte gloria con arte,
si moras en victoria suprema?
No oro para un favor rogarte:
no está mi ansia en mi lengua
cuando ya la conoces entera.
No oro para un perdón robarte:
ya anulaste mi insaldable deuda
hace veintiuna centurias.
No oro por que cambies el curso de la historia:
lo que la plegaria cambia
es el corazón
del intercesor.
Soy orante
porque te necesito,
como el “inorgánico”,
a su donante.
Soy orante
porque te preciso,
como los amantes,
del aliento.
Soy orante,
ineficaz en manipularte
con mi palabra impotente.
Con tu Palabra omnipotente
te has habitado en mí,
y me he habituado a ti,
tanto
que cuando me alejo,
que cuando me alejo,
hasta mi carne
siente tu vacante.
Sigo orando:
si no lo hago
soy al revés de
o-r-a-r:
r-a-r-o.
Aunque yo sea raro
por no acudir a tu cita,
tú sigues siendo Dios.
Esto es lo que me fascina:
que eres Dios
aunque yo no diga
que eres Dios;
que sigues siendo Dios
aunque yo te diga
adiós.
Amén
se-los-unos-a-los-otros.