miércoles, 2 de enero de 2008

De vida debida





Dios:

Duele la uña encarnada:
toda encarnación desgarra.
Te hiciste carne entre nosotros
para seguir nuestras pisadas.

Eres Dios
que, dejándolo todo,
nos sigues
cuando te decimos:
“Sígueme”.

Y el Verbo se hizo ternura
y lloró con nosotros,
mamando nuestra condición humana
arrullado por la bienamada.

Aquellos magos te ofrecen dones,
los pastores se regalan perdones.
Y yo, en el camino,
nada vi para dar.
Sólo tengo mi anhelo de vida:
ella es mi ofrenda debida.
Navi-dar.
Na-vida-d.
¡Navi-dad!

Amén
se-los-unos-a-los-otros.


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