La Escuela Internacional de Evangelización en Miami me envolvió en alegrías. La sed de orar hizo que me invitaran a compartir un curso sobre la oración. Me sentí latinoamericano con carrocería de chino, en medio de tantos inmigrantes (de México, El Salvador, Nicaragua, Perú, Cuba, Puerto Rico, República Dominicana y Colombia) que se sabían hermanos en una tierra extranjera. Nos unía el lenguaje común: el amor reventado en creatividades.
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